lunes, 26 de enero de 2009

Lugares Míticos | Samarkand Hotel

Ha pasado tiempo, como siempre, desde el último post. La verdad es que estoy enfadado conmigo mismo por mi ausencia, y no es que no tenga cosas que contar, lo que pasa es que no sé cómo contarlas. Pero uno es consciente de que no puede entrar en el círculo vicioso de no escribir por no saber cómo hacerlo y dejar pasar tiempo y tiempo... de hecho uno aprende escribiendo y, si no lo hace, lo poco que sabe lo olvida. Y yo no quiero olvidar. Y menos dejar de contar aquellas cosas que para mi son importantes, como la música y el recorrer mundo... y menos aún cuando estas dos pasiones se cruzan y me brindan momentos de miticismo puro y romántico, momentos de pasión interior difíciles de contar. Son instantes en los que uno realmente deja de existir para entregarse totalmente a la causa, una causa que provoca que la mente se libere y los sentidos se acentúen para recordar cada detalle, cada sensación. Estar allí es un alivio; es quemar el mono; es estar tranquilo con uno mismo; es sentirse afortunado y a la vez diminuto ante la magnitud de los hechos que ocurrieron en ese lugar. Y todo eso va conmigo para siempre, hasta el fin de mis días.

Mi última visita a Londres estuvo llena de emociones, pero la más intensa, sin lugar a dudas, fue la sensación que tuve al pasar de estar viendo a un mito viviente de la música a estar en el lugar en el que un músico se convirtió en mito en el más estricto sentido de la palabra. ¿Y es que hay alguien que pueda dudar de que Jimi Hendrix es un mito? ¿Alguien puede negar que no fue un ser sobrenatural? La verdad es que me da igual porque para mi sí lo es. Dejando a parte de que revolucionó por completo la música en sólo tres años, su expresión, su vestimenta y, como no, su manera de tocar le han convertido en un icono de la música de todos los tiempos. Por todo esto y más un servidor tenía una deuda con él (de hecho la sigo teniendo, pero en menor grado) y debía saldarla, al menos en parte ya que aún no he estado en su tumba...

Jimi Hendrix murió en Londres el 18 se septiembre de 1970. Fue en una zona tranquila de la ciudad, al lado mismo del mercado de Portobello, en el llamado Samarkand Hotel, en el número 22 de Lansdowne Crescent. Cuando me acercaba al lugar me imaginaba a Jimi andando por esa calle y la excitación crecía más y más. Preguntamos, mis colegas y yo, a un tipo que llevaba una guitarra si ese era el lugar, y antes de que terminamos el tio nos respondió: "yes, here, in the basement". Era allí. La emoción no se puede describir, debe vivirse. En ese sitio murió Jimi Hendrix. Allí respiró por última vez. Saboreamos esos momentos solos, sin ningún otro mitómano rondando por ahí. Nos hicimos fotos, muchas fotos, de las que me gustan especialmente esas que me hicieron imitando al gran Jimi quemar su guitarra en la misma puerta de la casa. Había un patio en el subsuelo que tenía una especie de cuartito para guardar cosas con un puerta de madera en la que había tallado un buda. Miticismo y misticismo. Me emociona el recordar esos preciados instantes. Allí murió un hombre y empezó su leyenda inmortal.

Para los mitómanos y mitómanas que deseen acercarse al lugar os recomiendo que salgáis a la parada de metro Holland Park, de la Central Line. El destino se encuentra a cinco minutos andando, no tiene pérdida. El combo ideal es visitar antes o después el mercado de Portobello para redondear la velada. Por cierto, ahora que pienso en Hendrix me acuerdo que dentro de menos de un mes cumpliré los 27 esperando no formar parte del club...

Suena: The Jimi Hendrix Experience - Foxy Lady

martes, 30 de septiembre de 2008

Crónicas Californianas | Día 8

Hace casi un año estaba a punto de irme con mis colegas a cumplir el sueño del oeste americano, un sueño que hoy termino de contar. Muchas cosas han pasado desde entonces y sólo hace un año... y ya tengo la mente puesta en el siguiente viaje, esta vez por el norte de Italia. Bueno, y el fin de semana en Dublín que está ahí esperando. Yo recomiendo que preparen pasta y pizzas a unos y Guinness a los otros. Bueno, y un poco de Jack Daniel's claro, que sin mi fiel amigo mis viajes no serían lo mismo... Pero antes de empezar, también, a contar lo que dió de sí la última visita a Londres, quiero terminar de contar los últimos instantes pasados en la genial ciudad de San Francisco.

Después de perder nuestro vuelo que salía de Las Vegas con destino San Francisco, no nos quedó otra alternativa que esperar a que hubiesen sitios libres en los siguientes vuelos con destino a la ciudad de la psicodelia. La verdad es que perdimos el avión por culpa de los intempestivos controles de seguridad. En serio, era para flipar. Y eso que fuimos tres horas antes al aeropuerto... acojonante, no lo puedo definir de ninguna otra manera. Aunque nos aburrimos un huevo y medio esperando sitio en un avión no caímos en la tentación en forma de máquinas tragaperras situadas por todas partes. Y es que definir el aeropuerto de Las Vegas con una palabra es la siguiente: vicio. Ahí empieza o termina todo. Si llegas te encuentras las máquinas justo en la puerta de salida y, si te vas, te las encuentras a modo de coletilla después de todo el juego que has visto en esa mítica ciudad.

Después de llegar a San Franciso (por fin), habiendo perdido medio día, unos se fueron a dormir y otros nos dedicamos a dar un último paseo por la zona del Fisherman's Warf previo descanso. En este último día me dediqué a fotografiar los carteles de conciertos de los años 60 que adornaban el ya mítico Hotel San Remo. Ya de noche paseamos y aprobechamos para comprar esos últimos souvenires (por fín encontré la matrícula usada de California) y otros productos de moda (ropa, fundamentalmente) a buen precio. Se ve que alguien no tuvo suficiente con la bacanal del outlet de Las Vegas...

Así fueron las últimas horas en San Francisco. No tuvimos tiempo para más, ya que el avión para volver a casa nos salía de madrugada. Ahora, cuando miro hacia atrás y recuerdo este viaje una sonrisa se esboza en mi rostro. Doy un voto positivo a mis amigos, que se encargaron de preparar el alquiler del coche, de reservar los hoteles, de comprar las entradas para los Lakers y, como no de conducir, porque pocas horas en la carretera no pasamos. Suerte que Unai The Experience se puso una vez más al volante, que Jordi El Marquès y sus papelitos informativos nos guiaron por los sitios, que Manel y su sombrero siempre tenían los cojones para hablar y dominar el inglés, que Miqui The Same no hace bien una foto ni por asomo ("¿ves este encuadre? Pués hazlo igual") y que Àlex Up There filmara todo lo que le pasó por delante (por cierto, ¿y mi copia del vídeo?). Gracias a todos por los buenos momentos y pensad que se acerca un nuevo viaje para disfrutar y hacer el borderline.

West Coast Forever!

jueves, 18 de septiembre de 2008

Richard Wright

Lo sé, son muchos días sin aparecer por aqui. No hay excusas, sencillamente no estaba motivado. La vida tiene estas cosas, un día apetece hacer algo; otro no; otro descubres una nueva afición; otro dejas atrás cosas que antes eran importantes... pero todo se resume en que un día estamos y al siguiente podemos no estar. La vida nos depara sorpresas, incógnitas, retos, malos momentos, instantes agradables. La vida nos presenta personas inolvidables; animales a los que uno quiere como a un amigo; lugares nuevos, aromas que nos recuerdan a alguien; melodías que nunca morirán... Pero si hay una cosa que está clara es que la vida no se podría entender sin la muerte. Y precisamente la muerte es lo que me ha motivado para volver a escribir.

Los que me conocen saben de mi especial devoción por Pink Floyd, así que se pueden imaginar que estos días son algo complicados para mi, pues la muerte de Richard Wright los tiñe de negro. Es cierto, yo nunca le conocí, pero lo sentía cerca, pués su música forma parte de mi vida desde hace muchos años y no se puede entender sin ella. La pérdida de Rick ha sido traumática para mí ya que se trata de uno de los pilares de lo que para mi es algo más que un simple grupo musical. La muerte de Syd Barrett también me afectó, pero fué algo muy distinto ya que el Syd que yo adoro murió mucho antes... Richard Wright era distinto. Era un colega, un amigo que me ayudaba en los malos momentos con su música. Además, el hecho de haberlo visto en directo aún me hacía sentirlo más cercano a mi. Por desgracia el Live 8 se convirtió, el pasado día 15 de septiembre, en algo más histórico de lo que ya fué: ya nunca más Pink Floyd podrá volver sobre un escenario. Esto es algo duro, pero es algo inevitable. Con la muerte de Rick se cierra definitivamente una puerta que algunos se empeñaban en dejar abierta pero que la corriente de aire de los nuevos tiempos quería cerrar.

Los tiempos cambian pero los humanos necesitamos hechos que lo acrediten. Puede que intuiamos que una cosa llega a su final, pero nos encasillamos en negarlo hasta que no hay algo destacable que acredite que una cosa termina. La muerte de Richard Wright es precisamente eso. Pero yo no quiero pensar eso, de hecho no lo pienso desde el 2 de julio del 2005. El verdadero final de Pink Floyd fué el Live 8. Eso fué un regalo para todos los fans, para todos los melómanos, para todos los aficionados a Pink Floyd a lo largo de las generaciones. El Live 8 fué la despedida. La foto final con Gilmour, Waters, Wright y Mason juntos, abrazados, saludando al respetable, es el verdadero adiós. Y yo estuve allí. Y ahora subrayo que fué el mejor momento de mi vida.

Y siguiendo con Wright, recuerdo también con cariño ese concierto de Gilmour en el Royal Albert Hall, el 30 de mayo del 2006. Ahora, ese instante en el que Gilmour presentó a Rick ante el público y éste le brindó un efusivo aplauso, se me clava en el corazón. Y me siento orgulloso, orgulloso de poder decir que yo pude aplaudir a Richard Wright. Pude darle las gracias, saldar las deudas con él, con esos sublimes instantes que son The Great Gig In The Sky y Us & Them. Pude gozar cuando Gilmour y él tocaron y cantaron la canción Time juntos. Me emocioné cuando el propio Wright cantó Arnold Layne. Y Echoes... Eso ya no podrá volver a suceder nunca más, así que ese momento cobra ahora más magnitud. De hecho es cierto eso que dicen que las cosas se aprecian más con el paso de los años, sobre todo si hablamos de momentos calificados de históricos por un servidor. Precisamente son históricos porque nunca más podrán volver a repetirse. Por eso uno debe gozar de todos los momentos como si fuesen históricos. Y esto se llama apreciar la vida y las cosas que nos brinda. Y, digan lo que digan, los buenos momentos permanecen y los malos los enterramos. Por esto mismo Richard Wright siempre permanecerá en el recuerdo de un servidor.

Gracias, Rick.

Suena: Shine On You Crazy Diamond

martes, 13 de mayo de 2008

Crónicas Californianas | Día 7

La verdad es que me gustaría escribir más a menudo, pero ya se sabe, hay momentos ideales y hasta hoy no he encontrado uno de ellos. Así que aprobechemos la idoniedad para relatar lo que dió de sí el séptimo día en tierras americanas acompañados del incomparable marco que ofrece el Electric Music for the Mind and Body, de Country Joe & The Fish, un disco estandarte de lo que fué un año para marcar en el calendario si de música hablamos: 1967. Con esa lisérgica guitarra y ese enigmático teclado viajo entre mis recuerdos y en lo que mis ojos vieron ese día, un día realmente emocionante ya que me di cuenta de que nosotros, unos simples mortales, no podemos explicarle nada a la Madre Naturaleza porque, sencillamente, no sabemos nada.

Despúes de dormir poco más de dos horas por culpa del juego y del alcohol nos levantamos para ir a un lugar muy especial: el Grand Canyon. Así que con las baterías de las cámaras de filmar y fotografiar a tope nos elevamos en helicóptero por esas áridas tierras. Debo decir que nunca antes había ído en helicóptero y me encantó, sobre todo viendo las excelentes vistas que de Las Vegas nos ofreció. Vimos la famosa presa Hoover Dam, que es realmente espectacular. Y nada, desierto y más desierto hasta que el Gran Canyon hizo su aparición. Los organizadores de la excursión lo tienen todo calculado: llegamos en línia recta pero no de frente al Gran Canyon, y una vez a la distancia idónea empezamos a virar y así vimos como una de las mayores acciones de la naturaleza se abría poco a poco, mostrando toda su majestuosidad. Me sentí pequeño, ridículo, contemplando tal obra magna, a la vez que hacía realidad uno de mis sueños.

El helicóptero empezó a descender y las paredes del Gran Canyon nos atraparon por completo. De paso vimos la nueva y famosa atracción, el Skywalk. Y descendiendo por esas milenarias paredes se me puso la piel de gallina. Acojonante, sin duda. Aún con el corazón a cien descendimos hasta el Colorado River y almorzamos cava y pastas mientras nos deleitábamos con el lugar. La verdad es que no hay palabras suficientes para describirlo, hay que verlo y punto. No hay más. Y ya que antes hablaba del cava... yo nunca tomo cava, salvo cuando hay un brindis especial, y tomo un par de sorbos y ya está... pero esa mañana me tomé toda la copa.

Cuando ya no sabía a qué más sacar fotos volvimos al aparato para regresar a Las Vegas, no sin antes parar en medio del desierto para repostar combustible. Fué otra gran sensación, ya que no había ni una triste carretera. Allí en medio, sin nada de nada. En medio del desierto de Arizona. Y luego llegó la contraposición: pasamos de una de las mayores creaciones naturales, como el Grand Canyon, a una de las más artificiales: Las Vegas. Una vez más el contraste desierto-Las Vegas fué brutal, y creo que por mucho que lo veas debe costar acostumbrarte.

Muchas emociones vividas y sólo eran las 12 del mediodía. Seguimos disfrutando de Las Vegas visitando su famoso Hard Rock Cafe, con esa Strato y esa Les Paul gigantes custodiándolo. Como no, nos compramos alguna que otra camiseta y recuerdo y seguimos hasta el Hooters Casino Hotel, donde comimos un par de melones, digo, hamburguesas, jeje. Eso es la Meca, y si vuelvo a Las Vegas ya sabéis donde encontrarme, y más después de esas fotos que nos hicimos con las camareras... Y hablando de mecas, Las Vegas tiene múltiples outlets, así que visitamos uno por la tarde. Un servidor prefiere gastarse el dinero en otras cosas, pero reconozco que para alguien a quien le guste quemar el plástico de la Visa a base de comprar ropa ese outlet era la Meca. Y si no que se lo comenten a los amigos Manel, Jordi y Àlex. Unai, Miquel y yo nos comportamos, aunque todos picamos. ¡Y no era para menos! Imaginad un baricentro, con todo de tiendas de marca, mucho más baratas que aquí y con el cambio del dólar a favor... ¿alguien quiere un babero?

Cuando la noche cayó volvimos al hotel a dejar las bolsas --algunos se compraron más maletas para transportar las nuevas adquisiciones-- y visitamos algunos de los hoteles míticos de la ciudad, como el Luxor o el New York! New York! Pim pam, pim pam. Y luego a descansar al hotel, que teníamos que levantarnos muy temprano para tomar un vuelo hacia San Francisco. Eso sí, nunca viene mal echar una ruletilla antes de dormir, junto con un Jack, probando suerte a esos números fetiche que todos tenemos. Y si no queréis ruleta siempre hay esas tragaperras dispuestas. Es cuestión de elegir, pero mejor hacerlo con la BSO de la Naranja Mecánica.

lunes, 14 de abril de 2008

Crónicas Californianas | Día 6

Los bucólicos parajes musicales de Caravan me sumergen en un mar del que no quiero salir. Esa es la belleza de la música y punto. Cada disco es un viaje distinto que merece ser disfrutado con tranquilidad y con los cinco sentidos a tope. La vista para contemplar la portada, el olfato para oler el vinilo, el tacto para ponerlo cuidadosamente en el platillo, el oído para que su esencia nos llegue y el gusto para saberlo saborear. Y si cada disco es un viaje, cada viaje debe disfrutarse como aquel disco que nos pone la piel de gallina. Y así estoy yo ahora con In The Land Of Grey And Pink. Es lo que tienen las obras maestras...

El sexto día en tierras americanas amaneció azul, como si nos invitase a recorrer más y más millas. No nos hicimos rogar y nos adentramos en el desierto con el Death Valley en la mente. Nos aseguramos de llenar el dipósito del coche y enfilamos esas carreteras que no terminan jamás. Y por fin llegamos al Valle de la Muerte, que con el nombre ya queda más que descrito. Pero el Death Valley es tan grande que sólo pudimos ver uno de sus puntos míticos y más famosos: el Zabriskie Point. Qué decir lo que para mi significa ese lugar, con la película que allí se grabó y con esa banda sonora... destacando, como no, mis adorados Pink Floyd. Pude constatar que el Zabriskie Point existe, que no está en otro planeta aunque lo parezca, y que ejerció en mi un poder sobrenatural. Me dejó acojonado desde el primer momento. La Madre Naturaleza ostentando su saber hacer, algo que cada día puedo contemplar en la foto que tengo colgada en la pared.

Zabriskie Point

Como ese coyote, que nos acompañó unos instantes de nuestro viaje, seguimos adelante y paramos a comer en un auténtico oasis en medio del desierto. Y con los estómagos llenos nos encaminamos hacia la meca del hedonismo, hacia el templo del vicio, hecho por el hombre y para el hombre: Las Vegas. Y conduciendo se hizo de noche, así que, como marcaba el guión, pudimos tener la primera visión de la ciudad de los casinos de noche, con el faro del hotel Luxor dominando el cielo. No lo podía creer, estábamos llegando a Las Vegas! Las Vegas! Y con Money de Pink Floyd sonando. Como dije en su día, "mientras el bueno de Roger Waters nos denuncia el poder del dinero nosotros llegamos a Las Vegas".

Las Vegas

Una vez acomodados en el hotel Golden Nugget nos deleitamos con las luces de la ciudad. El derroche es inimaginable y más pensando que Las Vegas no duerme. Cuando uno entra en un casino el tiempo se para en su interior. Igual son las siete de la mañana como las tres de la tarde. Esto no importa para apostar y apostar, para contemplar todas esas mujeres de la vida acercándose a los solterones, para que la bola decida la suerte, para que la tarjeta de crédito se inserte en una máquina tragaperras, para que el crupier reparta las cartas o para que el barman nos sirva un Jack Daniel's (por cierto, los peores que me bebí en todo el viaje). Las Vegas tiene ese poder, ese magnetismo para alguien aficionado a esos vicios. Yo por suerte no lo soy, aunque sea un fiel amigo de Jack, pero siempre me han atraído esas cosas que yo nunca haría. La tentación, eso es, hablamos de eso...


martes, 18 de marzo de 2008

Crónicas Californianas | Día 5

Aún tengo resaca de mi último viaje a Londres, una ciudad que me tiene el corazón robado. Pero antes de contar las cosas que visité esta vez, creo que debo terminar lo empezado y seguir contando lo que dio de sí el viaje por tierras californianas, que fué mucho. Y sólo estamos a la mitad del viaje... aunque por suerte las cosas permanecen imborrables en mi retina y en los miles de fotografías que realicé, que ahora mismo són el hilo conductor de la narración de este viaje. Así que levantémonos por la mañana y visitemos, de una vez por todas, Hollywood Boulevard.

Pues eso, que la archifamosa calle fué lo que visitamos por la mañana que, una vez más, nos obsequió con ese color gris tan característico. Lo primero que vimos y reconocimos fué la Capitol Records Tower, construida en 1942. Mítico edificio, sin lugar a dudas. Iniciamos luego el inevitable paseo por el Walk Of Fame que, digan lo que digan, tiene más fama que belleza. Hollywood Boulevard es una calle normal, pero que en cada una de las dos aceras hay estrellas incrustadas. Por lo demás no tiene nada que ofrecer, pero es un lugar que uno no puede dejar pasar si va a L.A. Además, muchos tramos de la calle están en obras o muy dejados... eso sí, cuando nos acercamos al Kodak Theatre la cosa se arregla un poco. Precisamente en el mirador del teatro que alberga la ceremonia de los Oscar podemos divisar, por vez primera, el Hollywood Sign al natural. Está lejos, sí, pero se ve y tenemos suficiente. Inevitable también es la visita frente al Chinese Theatre, donde los grandes del cine dejaron sus huellas para siempre.

Kodack Theatre

Después nos encaminamos hacia la meca de los melómanos: Amoeba Music. Situada en el 6400 de Sunset Boulevard, la más reciente Amoeba es la tienda de música independiente más grande del mundo. Os juro que cuando entré por esa puerta me quedé acojonado. Miles y miles de discos a la disposición del cliente. Y vamos, un mercado de segunda mano realmente increible. Allí perdí el norte y me dejé llevar por los impulsos, así que en pocos minutos tenía las manos llenas de discos. El control ya no formaba parte de mi persona y yo era consciente de eso, pero me gustaba. Era un animal de consumo impulsivo. Y todo en dólares, claro... Recuerdo que el tío que me cobró me preguntó el por qué de mi compra y todo, y me dio pegatinas, chapas e imanes a expresa petición mía (con Unai como traductor). Amoeba is my love.

Amoeba Music

Lo siguiente que hicimos fué deleitarnos con una sugerente hamburguesa en el Hooters de Hollywood, a fin de tomar fuerzas para encarar nuestras últimas horas en L.A. con garantías. Con un radiante sol que nos ayudó a rebajar nuestros estómagos made in Hooters y alguna que otra calentura con las chicas del local, nos encaminamos hacia el Hollywood Forever Cementery a fin de contemplar la tumba de Johnny Ramone. Impresionante, no puedo decir más. Más solos que la una pero con esa estatua del guitarrista custodiando sus restos para la eternidad al lado de un pequeño lago. Por mis adentros tarareé canciones de los Ramones y recordé estando en NYC las sensaciones frente lo que fué el CBGB. No pude más que darle las gracias por los buenos momentos que he pasado escuchando sus canciones antes de volver a subir a la furgoneta y encaminarme, con mis colegas, hacia Beverly Hills.

Johnny Ramone's Grave

De mansiones vimos pocas, pero para decir la verdad no vimos nada devido a los muros que las protegen. La única que vimos un poco fué una que se utilizó en El Padrino. Incluso estuvimos delante de la supuesta mansión Playboy, y digo supuesta ya que ningún cartel así lo indicaba. Después decidimos visitar dos de los clubes más emblemáticos e importantes de L.A: el Roxy y el Whisky A Go Go. Con sus características luces la mitomanía se plantó ante nosotros. Grupos como los Doors, Buffalo Springfield o Love empezaron en el Whisky. Y en frente la Hustler Hollywood Store, conocida en nuestro círculo de amistades como Amoeba Àlex. Una vueltecita a fin de contemplar las delicatesens del lugar, un refresco y carretera y manta.

Esa noche terminamos durmiendo en Victorville, en un cómodo hotel. Pero no todo fué tan fácil, pues en el primer motel que miramos tuvimos un problemilla con el propietario hindú. Después de ver las habitaciones y el olor que desprenían decidimos buscar otra cosa y el tio se cabreó. What's the problem? fué lo que más repitió de mala manera, enfurecido junto a su mujer. Nos dijo que si decíamos que no y volvíamos más tarde ya no nos daría las habitaciones. Suerte que no sacó el rifle... Así que nada, ya con un hotel en condiciones decidimos olvidar el percance con el hombre bebiendo alcohol y poniendo canciones en un jukebox. La verdad es que ese garito no estaba nada mal, y una de las camareras menos aún.

Jack Daniel's

domingo, 9 de marzo de 2008

Neil Young | London, 06/03/08

Más de un mes después del último post, muchas cosas que contar pero poco tiempo para explicarlas. Pero hay ciertos acontecimientos que consiguen agrietar las ocupaciones porque, sencillamente, necesitan ser contados. Uno de ellos es el concierto de Neil Young que presencié el pasado dia 6 de marzo en el Hammersmith Apollo de Londres. Encontrar palabras para definir tal evento puede resultar complicado, pero voy a intentarlo y, si necesito inventarme términos lo voy a hacer.

Foto: *hoodrat*

Asistir a un recital de Neil Young era uno de mis sueños y por fin lo vi cumplido. Pero no todo fue tan bien, y la culpa la tuvo esa maldita hot chocolate, que me amargó los momentos antes del concierto y los momentos después. Durante el show mi cuerpo permaneció en stand by, ya que nada podía privarme de disfrutar ese momento tan esperado para mi. El recinto, el Hammersmith Apollo, es sencillamente perfecto. Llegué con mi amigo Pep, recogimos las entradas y nos adentramos en el bar del auditorio a esperar que empezara el concierto. Benditos sofás y bendita la siesta que nos pegamos, aunque como ya he comentado yo no estaba al 100%. Llegó el momento de entrar en la sala y descubrir los encantos de uno de los auditorios más importantes de la ciudad. Estábamos situados en la platea, a unos veinte metros del escenario. Una buena situación para ver a un genio crear obras de arte.

Foto: *hoodrat*

A las 19.30 empezó puntual Pegi Young a tocar. Aproximadamente estuvo 45 minutos cantando country. Estuvo bien, pero la impaciencia de la gente para ver a su marido era palpable. Una pausa y se obró el milagro. Un taburete, unas guitarras rodeándolo, dos pianos, harmónicas y un sintetizador. Y de repente salió un tipo aguantando un lienzo y camuflándose detrás de él... era Neil Young. En ese momento me hice creiente, pues vi que Dios realmente existe y es de carne y hueso. Con la piel de gallina mi ídolo se sentó y atacó con la esperada From Hank To Hendrix. No podía creer lo que estaba viendo, os lo digo de verdad. Y menos pude creerlo cuando el siguiente tema fue mi favorito, Ambulance Blues. Las piernas me temblaban y no era para menos. Imaginaros a Neil Young sentado en un taburete, iluminado por un foco, guitarra en mano, harmónica en boca y cantando esa canción. Hoy sigo sin creer que presencié esos momentos.


A la obra maestra le siguieron Kansas y A Man Needs A Maid, tocada con el primero de los dos pianos y cuyos arreglos orquestrales fueron suplidos de forma magnífica por el sintetizador del maestro Young. Luego vinieron dos puntos fuertes. El primero fue la magnífica interpretación de Harvest y el segundo uno muy esperado para un servidor: After The Gold Rush. No he contado las veces que he cantado esta canción intentando emular a su creador. En ese instante lo tenía delante, frente a su segundo piano, interpretando una pieza magistral de un no menos sublime disco. Las geniales Old King y Love Art Blues hicieron su aparición antes de que el Neil Young tocara tres canciones seguidas del disco Harvest: Heart Of Gold, Out On The Weekend y Old Man. La primera era de esperar que la tocase, pero la segunda fue realmente una sorpresa para mi. Pero mención especial merece la magistral interpretación de esa Old Man. Sólo podía aplaudir y esperar que el genio volviese a escena después de la pausa con su Old Black...

Excitación e impaciencia era lo que sentía justo antes de que las primeras notas de The Loner inundaran mis oídos. Majestuosa y poderosa. Dirty Old Man y Spirit Road, geniales las dos, quedaron eclipsadas por una canción clásica entre clásicas. Por una composición totémica dentro de la discografía del canadiense. Ni más ni menos que Down By The River. Sublime. Consiguió hacerme enloquecer y recordar esas tardes de llúvia escuchando esas fraseos de guitarra y cantando el estribillo con toda mi pasión. Ahora podía hacerlo junto a Él. Pero sin tiempo para recuperarme llegó uno de los mejores momentos de todo el recital: Hey, Hey, My, My (Into de Black). Acojonante, bestial, ruda y agresiva. Una auténtica bacanal de sonido es lo que se marcó el maestro. Un mural sónico de fiereza pura, de aparente descontrol y de no domesticación. Y todo acompañado de ese traje manchado de pintura. Roll Another Number y Oh, Lonesome Me sirvieron de pausa. La segunda cantada con todo el sentimiento, tal como merece una canción de su calibre. La electricidad volvió con The Believer, pero fue con Powderfinger cuando la disfruté más. Una de mis canciones favoritas y la estaba escuchando en directo. ¿Qué más podía pedir? Algo más, sí, como por ejemplo el abrumador final con No Hidden Path.

Foto: *hoodrat*

Todo el Hammersmith de pie para aplaudir a uno de los artistas más importantes del siglo XX. Pero ojo, que la cosa no había terminado ahí... Un bis, sólo un bis, pero menudo bis: ¡Fuckin' Up! Todos levantados, cantando el estribillo y dejando libre nuestro lado más salvaje. Realmente impresionante la despedida brindada a un auténtico genio de la música, a un tipo que ha sabido sobrevivir a todas las épocas con entereza y buen hacer. Le admiro, y desde aqui quiero darle las gracias por ese día. Salí de allí, con mi amigo Pep, con la certeza de haber vivido un momento histórico. Siempre tendré esas sensaciones conmigo. Ahora puedo morir un poco más tranquilo. Y no olvido que Ralph Molina estaba ahí...


¡Keep on rockin' in the free world!

Nota: Las fotos no són mías ya que no pude tomar ninguna en condiciones y no corresponden al mismo concierto al que asistí. Creo que la mayoría són del día antes.