martes, 30 de septiembre de 2008

Crónicas Californianas | Día 8

Hace casi un año estaba a punto de irme con mis colegas a cumplir el sueño del oeste americano, un sueño que hoy termino de contar. Muchas cosas han pasado desde entonces y sólo hace un año... y ya tengo la mente puesta en el siguiente viaje, esta vez por el norte de Italia. Bueno, y el fin de semana en Dublín que está ahí esperando. Yo recomiendo que preparen pasta y pizzas a unos y Guinness a los otros. Bueno, y un poco de Jack Daniel's claro, que sin mi fiel amigo mis viajes no serían lo mismo... Pero antes de empezar, también, a contar lo que dió de sí la última visita a Londres, quiero terminar de contar los últimos instantes pasados en la genial ciudad de San Francisco.

Después de perder nuestro vuelo que salía de Las Vegas con destino San Francisco, no nos quedó otra alternativa que esperar a que hubiesen sitios libres en los siguientes vuelos con destino a la ciudad de la psicodelia. La verdad es que perdimos el avión por culpa de los intempestivos controles de seguridad. En serio, era para flipar. Y eso que fuimos tres horas antes al aeropuerto... acojonante, no lo puedo definir de ninguna otra manera. Aunque nos aburrimos un huevo y medio esperando sitio en un avión no caímos en la tentación en forma de máquinas tragaperras situadas por todas partes. Y es que definir el aeropuerto de Las Vegas con una palabra es la siguiente: vicio. Ahí empieza o termina todo. Si llegas te encuentras las máquinas justo en la puerta de salida y, si te vas, te las encuentras a modo de coletilla después de todo el juego que has visto en esa mítica ciudad.

Después de llegar a San Franciso (por fin), habiendo perdido medio día, unos se fueron a dormir y otros nos dedicamos a dar un último paseo por la zona del Fisherman's Warf previo descanso. En este último día me dediqué a fotografiar los carteles de conciertos de los años 60 que adornaban el ya mítico Hotel San Remo. Ya de noche paseamos y aprobechamos para comprar esos últimos souvenires (por fín encontré la matrícula usada de California) y otros productos de moda (ropa, fundamentalmente) a buen precio. Se ve que alguien no tuvo suficiente con la bacanal del outlet de Las Vegas...

Así fueron las últimas horas en San Francisco. No tuvimos tiempo para más, ya que el avión para volver a casa nos salía de madrugada. Ahora, cuando miro hacia atrás y recuerdo este viaje una sonrisa se esboza en mi rostro. Doy un voto positivo a mis amigos, que se encargaron de preparar el alquiler del coche, de reservar los hoteles, de comprar las entradas para los Lakers y, como no de conducir, porque pocas horas en la carretera no pasamos. Suerte que Unai The Experience se puso una vez más al volante, que Jordi El Marquès y sus papelitos informativos nos guiaron por los sitios, que Manel y su sombrero siempre tenían los cojones para hablar y dominar el inglés, que Miqui The Same no hace bien una foto ni por asomo ("¿ves este encuadre? Pués hazlo igual") y que Àlex Up There filmara todo lo que le pasó por delante (por cierto, ¿y mi copia del vídeo?). Gracias a todos por los buenos momentos y pensad que se acerca un nuevo viaje para disfrutar y hacer el borderline.

West Coast Forever!

jueves, 18 de septiembre de 2008

Richard Wright

Lo sé, son muchos días sin aparecer por aqui. No hay excusas, sencillamente no estaba motivado. La vida tiene estas cosas, un día apetece hacer algo; otro no; otro descubres una nueva afición; otro dejas atrás cosas que antes eran importantes... pero todo se resume en que un día estamos y al siguiente podemos no estar. La vida nos depara sorpresas, incógnitas, retos, malos momentos, instantes agradables. La vida nos presenta personas inolvidables; animales a los que uno quiere como a un amigo; lugares nuevos, aromas que nos recuerdan a alguien; melodías que nunca morirán... Pero si hay una cosa que está clara es que la vida no se podría entender sin la muerte. Y precisamente la muerte es lo que me ha motivado para volver a escribir.

Los que me conocen saben de mi especial devoción por Pink Floyd, así que se pueden imaginar que estos días son algo complicados para mi, pues la muerte de Richard Wright los tiñe de negro. Es cierto, yo nunca le conocí, pero lo sentía cerca, pués su música forma parte de mi vida desde hace muchos años y no se puede entender sin ella. La pérdida de Rick ha sido traumática para mí ya que se trata de uno de los pilares de lo que para mi es algo más que un simple grupo musical. La muerte de Syd Barrett también me afectó, pero fué algo muy distinto ya que el Syd que yo adoro murió mucho antes... Richard Wright era distinto. Era un colega, un amigo que me ayudaba en los malos momentos con su música. Además, el hecho de haberlo visto en directo aún me hacía sentirlo más cercano a mi. Por desgracia el Live 8 se convirtió, el pasado día 15 de septiembre, en algo más histórico de lo que ya fué: ya nunca más Pink Floyd podrá volver sobre un escenario. Esto es algo duro, pero es algo inevitable. Con la muerte de Rick se cierra definitivamente una puerta que algunos se empeñaban en dejar abierta pero que la corriente de aire de los nuevos tiempos quería cerrar.

Los tiempos cambian pero los humanos necesitamos hechos que lo acrediten. Puede que intuiamos que una cosa llega a su final, pero nos encasillamos en negarlo hasta que no hay algo destacable que acredite que una cosa termina. La muerte de Richard Wright es precisamente eso. Pero yo no quiero pensar eso, de hecho no lo pienso desde el 2 de julio del 2005. El verdadero final de Pink Floyd fué el Live 8. Eso fué un regalo para todos los fans, para todos los melómanos, para todos los aficionados a Pink Floyd a lo largo de las generaciones. El Live 8 fué la despedida. La foto final con Gilmour, Waters, Wright y Mason juntos, abrazados, saludando al respetable, es el verdadero adiós. Y yo estuve allí. Y ahora subrayo que fué el mejor momento de mi vida.

Y siguiendo con Wright, recuerdo también con cariño ese concierto de Gilmour en el Royal Albert Hall, el 30 de mayo del 2006. Ahora, ese instante en el que Gilmour presentó a Rick ante el público y éste le brindó un efusivo aplauso, se me clava en el corazón. Y me siento orgulloso, orgulloso de poder decir que yo pude aplaudir a Richard Wright. Pude darle las gracias, saldar las deudas con él, con esos sublimes instantes que son The Great Gig In The Sky y Us & Them. Pude gozar cuando Gilmour y él tocaron y cantaron la canción Time juntos. Me emocioné cuando el propio Wright cantó Arnold Layne. Y Echoes... Eso ya no podrá volver a suceder nunca más, así que ese momento cobra ahora más magnitud. De hecho es cierto eso que dicen que las cosas se aprecian más con el paso de los años, sobre todo si hablamos de momentos calificados de históricos por un servidor. Precisamente son históricos porque nunca más podrán volver a repetirse. Por eso uno debe gozar de todos los momentos como si fuesen históricos. Y esto se llama apreciar la vida y las cosas que nos brinda. Y, digan lo que digan, los buenos momentos permanecen y los malos los enterramos. Por esto mismo Richard Wright siempre permanecerá en el recuerdo de un servidor.

Gracias, Rick.

Suena: Shine On You Crazy Diamond