Crónicas Californianas | Día 6
Los bucólicos parajes musicales de Caravan me sumergen en un mar del que no quiero salir. Esa es la belleza de la música y punto. Cada disco es un viaje distinto que merece ser disfrutado con tranquilidad y con los cinco sentidos a tope. La vista para contemplar la portada, el olfato para oler el vinilo, el tacto para ponerlo cuidadosamente en el platillo, el oído para que su esencia nos llegue y el gusto para saberlo saborear. Y si cada disco es un viaje, cada viaje debe disfrutarse como aquel disco que nos pone la piel de gallina. Y así estoy yo ahora con In The Land Of Grey And Pink. Es lo que tienen las obras maestras...
El sexto día en tierras americanas amaneció azul, como si nos invitase a recorrer más y más millas. No nos hicimos rogar y nos adentramos en el desierto con el Death Valley en la mente. Nos aseguramos de llenar el dipósito del coche y enfilamos esas carreteras que no terminan jamás. Y por fin llegamos al Valle de la Muerte, que con el nombre ya queda más que descrito. Pero el Death Valley es tan grande que sólo pudimos ver uno de sus puntos míticos y más famosos: el Zabriskie Point. Qué decir lo que para mi significa ese lugar, con la película que allí se grabó y con esa banda sonora... destacando, como no, mis adorados Pink Floyd. Pude constatar que el Zabriskie Point existe, que no está en otro planeta aunque lo parezca, y que ejerció en mi un poder sobrenatural. Me dejó acojonado desde el primer momento. La Madre Naturaleza ostentando su saber hacer, algo que cada día puedo contemplar en la foto que tengo colgada en la pared.
Como ese coyote, que nos acompañó unos instantes de nuestro viaje, seguimos adelante y paramos a comer en un auténtico oasis en medio del desierto. Y con los estómagos llenos nos encaminamos hacia la meca del hedonismo, hacia el templo del vicio, hecho por el hombre y para el hombre: Las Vegas. Y conduciendo se hizo de noche, así que, como marcaba el guión, pudimos tener la primera visión de la ciudad de los casinos de noche, con el faro del hotel Luxor dominando el cielo. No lo podía creer, estábamos llegando a Las Vegas! Las Vegas! Y con Money de Pink Floyd sonando. Como dije en su día, "mientras el bueno de Roger Waters nos denuncia el poder del dinero nosotros llegamos a Las Vegas".
Una vez acomodados en el hotel Golden Nugget nos deleitamos con las luces de la ciudad. El derroche es inimaginable y más pensando que Las Vegas no duerme. Cuando uno entra en un casino el tiempo se para en su interior. Igual son las siete de la mañana como las tres de la tarde. Esto no importa para apostar y apostar, para contemplar todas esas mujeres de la vida acercándose a los solterones, para que la bola decida la suerte, para que la tarjeta de crédito se inserte en una máquina tragaperras, para que el crupier reparta las cartas o para que el barman nos sirva un Jack Daniel's (por cierto, los peores que me bebí en todo el viaje). Las Vegas tiene ese poder, ese magnetismo para alguien aficionado a esos vicios. Yo por suerte no lo soy, aunque sea un fiel amigo de Jack, pero siempre me han atraído esas cosas que yo nunca haría. La tentación, eso es, hablamos de eso...