martes, 13 de mayo de 2008

Crónicas Californianas | Día 7

La verdad es que me gustaría escribir más a menudo, pero ya se sabe, hay momentos ideales y hasta hoy no he encontrado uno de ellos. Así que aprobechemos la idoniedad para relatar lo que dió de sí el séptimo día en tierras americanas acompañados del incomparable marco que ofrece el Electric Music for the Mind and Body, de Country Joe & The Fish, un disco estandarte de lo que fué un año para marcar en el calendario si de música hablamos: 1967. Con esa lisérgica guitarra y ese enigmático teclado viajo entre mis recuerdos y en lo que mis ojos vieron ese día, un día realmente emocionante ya que me di cuenta de que nosotros, unos simples mortales, no podemos explicarle nada a la Madre Naturaleza porque, sencillamente, no sabemos nada.

Despúes de dormir poco más de dos horas por culpa del juego y del alcohol nos levantamos para ir a un lugar muy especial: el Grand Canyon. Así que con las baterías de las cámaras de filmar y fotografiar a tope nos elevamos en helicóptero por esas áridas tierras. Debo decir que nunca antes había ído en helicóptero y me encantó, sobre todo viendo las excelentes vistas que de Las Vegas nos ofreció. Vimos la famosa presa Hoover Dam, que es realmente espectacular. Y nada, desierto y más desierto hasta que el Gran Canyon hizo su aparición. Los organizadores de la excursión lo tienen todo calculado: llegamos en línia recta pero no de frente al Gran Canyon, y una vez a la distancia idónea empezamos a virar y así vimos como una de las mayores acciones de la naturaleza se abría poco a poco, mostrando toda su majestuosidad. Me sentí pequeño, ridículo, contemplando tal obra magna, a la vez que hacía realidad uno de mis sueños.

El helicóptero empezó a descender y las paredes del Gran Canyon nos atraparon por completo. De paso vimos la nueva y famosa atracción, el Skywalk. Y descendiendo por esas milenarias paredes se me puso la piel de gallina. Acojonante, sin duda. Aún con el corazón a cien descendimos hasta el Colorado River y almorzamos cava y pastas mientras nos deleitábamos con el lugar. La verdad es que no hay palabras suficientes para describirlo, hay que verlo y punto. No hay más. Y ya que antes hablaba del cava... yo nunca tomo cava, salvo cuando hay un brindis especial, y tomo un par de sorbos y ya está... pero esa mañana me tomé toda la copa.

Cuando ya no sabía a qué más sacar fotos volvimos al aparato para regresar a Las Vegas, no sin antes parar en medio del desierto para repostar combustible. Fué otra gran sensación, ya que no había ni una triste carretera. Allí en medio, sin nada de nada. En medio del desierto de Arizona. Y luego llegó la contraposición: pasamos de una de las mayores creaciones naturales, como el Grand Canyon, a una de las más artificiales: Las Vegas. Una vez más el contraste desierto-Las Vegas fué brutal, y creo que por mucho que lo veas debe costar acostumbrarte.

Muchas emociones vividas y sólo eran las 12 del mediodía. Seguimos disfrutando de Las Vegas visitando su famoso Hard Rock Cafe, con esa Strato y esa Les Paul gigantes custodiándolo. Como no, nos compramos alguna que otra camiseta y recuerdo y seguimos hasta el Hooters Casino Hotel, donde comimos un par de melones, digo, hamburguesas, jeje. Eso es la Meca, y si vuelvo a Las Vegas ya sabéis donde encontrarme, y más después de esas fotos que nos hicimos con las camareras... Y hablando de mecas, Las Vegas tiene múltiples outlets, así que visitamos uno por la tarde. Un servidor prefiere gastarse el dinero en otras cosas, pero reconozco que para alguien a quien le guste quemar el plástico de la Visa a base de comprar ropa ese outlet era la Meca. Y si no que se lo comenten a los amigos Manel, Jordi y Àlex. Unai, Miquel y yo nos comportamos, aunque todos picamos. ¡Y no era para menos! Imaginad un baricentro, con todo de tiendas de marca, mucho más baratas que aquí y con el cambio del dólar a favor... ¿alguien quiere un babero?

Cuando la noche cayó volvimos al hotel a dejar las bolsas --algunos se compraron más maletas para transportar las nuevas adquisiciones-- y visitamos algunos de los hoteles míticos de la ciudad, como el Luxor o el New York! New York! Pim pam, pim pam. Y luego a descansar al hotel, que teníamos que levantarnos muy temprano para tomar un vuelo hacia San Francisco. Eso sí, nunca viene mal echar una ruletilla antes de dormir, junto con un Jack, probando suerte a esos números fetiche que todos tenemos. Y si no queréis ruleta siempre hay esas tragaperras dispuestas. Es cuestión de elegir, pero mejor hacerlo con la BSO de la Naranja Mecánica.