viernes, 23 de noviembre de 2007

Crónicas Californianas | Día 2

El segundo día en la ciudad de San Francisco amaneció más claro que el anterior. Nuestro cuerpo pedía más huevos y bacon así que volvimos a desayunar al Johnny Rockets del Fisherman's Warf. Nuestro siguiente destino, por accidente, fue la Coit Tower, que tiene un buen mirador para saborear la ciudad y la bahía desde otro punto de vista. Digo que fuimos por accidente porque nuestra intención inicial era ir al tramo de Lombard Street más famoso, el denominado the crookedest street in the world. Así que prescindiendo por unos momentos del GPS, que de seguirlo aún estaríamos dando vueltas por San Francisco, nos dirigimos a contemplar esas cinco famosas curvas, testimonio de lujo de películas como What's Up, Doc?, videojuegos como Grand Theft Auto: San Andreas, o series como Futurama. La verdad es que es curioso descender en auto por este sitio, a la vez que los taxis lo bajan derrapando.

Y sin más preámbulos nos dirigimos de nuevo al Golden Gate Bridge para admirarlo de día y darle la importancia que merece como icono de la ciudad que es. Con la luz del día el puente es distinto, más espectacular e imponente. Su color rojo contrasta a la perfección con el immaculado cielo azul con el que San Francisco nos obsequió. Yo hubiese preferido algunas nubes, a fin de tomar fotografías con los efectos que un cielo con nubes puede ofrecer. Pero bueno, que menos da una piedra y el puente tuvo un reportaje fotográfico ganado a pulso.

Aún con la imagen del coloso en nuestras mentes proseguimos nuestro viaje hasta llegar a la localidad de Santa Cruz, a fin de contemplar sus playas y poder decir "yo he estado en la meca del surf". Esa imagen de la playa con el parque de atracciones al lado es algo que sólo había visto en las películas. Ahora era real. Lo malo es que el parque, con su sinuosa montaña rusa, estaba cerrado, así que era el escenario perfecto para desarrollar un filme de terror. Unas cuantas compras y a la carretera, que ya oscurecía (eran las 17h).

Lo que sucedió después podríamos denominarlo como la bordeline night, ya que era una de las dos noches que no teníamos reserva de hotel. Así que con un huevo en cada mano nos plantamos en Carmel-By-The-Sea, un pueblo cuyo alcalde un día se llamo Eastwood, Clint Eastwood. Atrás dejamos la ciudad de Monterey y su famoso festival del '67. Carmel es un pueblo de etiqueta, y lo llamo así porque en la mayoría de bajos de las casas hay galerías de arte. Así que viendo tanta pintura lo que hicimos fue contemplar el cielo estrellado desde la oscuridad de su playa... una oscuridad donde los amantes en potencia aprovechan para consagrar su amor, o al menos eso me pareció ver... Así que viendo el panorama buscamos un motel por la zona pero los precios caros nos obligaron a aventurarnos por la carretera. Al final tuvimos suerte, no sin antes frustrarnos en varias ocasiones. Nos alojamos en Big Sur, concretamente en el Big Sur Lodge. Esas habitaciones caídas del cielo en ese parque natural de secuoyas eran realmente confortables. Así que sin cenar porque las pocas tiendas que había por la zona estaban ya cerradas, consultamos con la almoada el devenir de nuestro particular California Dreamin'. Y yo con el mono de Jack...

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Crónicas Californianas | Día 1

Hace unos días pude realizar el que denomino el viaje de mi vida. Y, como no, con unos amigos a los que ya para siempre quedaré unido. Eso es lo que tiene ese pedazo de tierra del oeste de EUA, capacidad de anonadar al más impasible y de llevar al borde de la locura al más mitómano. California es playas, ciudades, naturaleza y el ir saltando de un lugar mítico a otro, sin importar el por qué de su condición de icono para muchos. Precisamente en su diversidad radica su belleza y en la capacidad que tenemos los mortales para saberla saborear y hacernosla nuestra. Mi vida, a partir de ahora, va ligada a lo que mis ojos vieron y a lo que mi persona experimentó allí. California es una cicatriz en mi vida, algo que me llena de orgullo.

Después de un largo viaje nuestros cuerpos llegaron a la tierra prometida. Al igual que aquél que antaño soñó con hacerse rico buscando oro, nosotros llegamos a la primera gran parada: San Francisco. Sólo con escribir este nombre se me pone la piel de gallina. Y más recordando ese momento en el que Scott McKenzie cantaba en el coche la canción que John Phillips, de The Mamas & The Papas dedicó a la ciudad... Realmente la mejor bienvenida que podíamos tener. Pero era tarde, el estómago apretaba y las piernas estaban cansadas, así que lo mejor era descansar para afrontar el día de mañana tal como merecía.

Los amaneceres en San Francisco están presididos por la niebla, túrbia como la que más y que ese día en particular no permitía ver a más de dos calles de distancia, las justas para llegar al Fisherman's Warf y desayunar en un establecimiento de la famosa cadena Johnny Rockets. Algo típicamente americano para empezar a deleitarnos con la ciudad. Después de dar un paseo por el muelle, fantasmagórico gracias a la niebla, nuestro destino fue Chinatown. Ahí sí empezaban a haber las calles empinadas que esperábamos... y chinos, muchos chinos. Y chinos ancianos, así que dejémos las leyendas urbanas a un lado. La impresión es estar en la mismísima China, donde los comercios se llevan todo el protagonismo. Las calles nos llevan, paseando, al centro financero, presidido por la calle Market y que nos lleva directo a la calle The Embarcadero. Aquí es donde Manel recuerda haber jugado al Grand Theft Auto y haber conducido por este lugar... Llegamos a la estación central de ferris y tenemos una primera visión del Bay Bridge, uno de los dos grandes puentes que presiden la ciudad. Es hermoso, pero es normal que carezca de interés si el otro puente es el Golden Gate Bridge.

Nos dirigimos al Pier 39, donde se encuentran las famosas focas que, por cierto, están todas amontonadas y expuestas como si se tratase de una atracción turística. Bueno, de hecho son una atracción turística... Pero lo que nos interesa aquí es la primera visión de la Isla de Alcatraz y del Golden Gate Bridge, en el contexto de tiendas, tiendas y más tiendas. Es un muelle dedicado al consumo, pero es agradable pasear por él mientras buscamos algún que otro souvenir. Y todo después de comer en el Hard Rock Cafe de San Francisco. ¿Adivináis el qué? Sí, sí, american burger. Así que tripa contentos nos dirigimos hacia Haight-Ashbury, la primera parada realmente mítica para el fanático que escribe estas líneas. Las casas victorianas sirven para que uno se dé cuenta de que está a punto de pisar uno de los lugares más importantes si hablamos en términos musicales. Allí nació el San Francisco Sound. Allí nació el movimiento hippie y allí estaba yo, contemplando la encrucijada de Haight St. con Ashbury St. Pero las sensaciones que allí tuve serán objeto de otro post. Ahora lo que toca es pedir disculpas al siempre atento Àlex, pues reconozco que me puse muy pesado para que la foto quedase bien, así que gracias. Pero es que era Haight-Ashbury... Àlex, lo que debe quedarte es que te elegí a ti para que me hicieras las fotos porque sabes que eres el único capacitado para hacerlo. Miqui le pone voluntad, sí, pero no nos engañemos... jeje.

Y sin tiempo para visitar la Amoeba ni la casa de los Grateful Dead, así como la de Jefferson Airplane y Janis Joplin, enfilamos las empinadas calles para visionar el Golden Gate Bridge de noche. Es realmente emocionante cruzarlo mientras se deja el Pacífico a los pies. Eso sí, yo pensaba que estaría más iluminado, pues es uno de los iconos de la ciudad. Por otro lado pienso que ya está bien como está, cumpliendo las nuevas normativas sobre la contaminación lumínica que empezarán a implementarse en breve. En todo caso contemplar el icono desde el otro lado de la bahía es algo bello. Y con él San Francisco iluminada.

Y siguiendo las consignas de nuestro cuerpo nos dejamos llevar, durante la noche, por las delicatesens del alcohol, con protagonismo de, como no, mi fiel amigo Jack.