Hace unos días pude realizar el que denomino
el viaje de mi vida. Y, como no, con unos amigos a los que ya para siempre quedaré unido. Eso es lo que tiene ese pedazo de tierra del oeste de EUA, capacidad de anonadar al más impasible y de llevar al borde de la locura al más mitómano. California es playas, ciudades, naturaleza y el ir saltando de un lugar mítico a otro, sin importar el por qué de su condición de icono para muchos. Precisamente en su diversidad radica su belleza y en la capacidad que tenemos los mortales para saberla saborear y hacernosla nuestra. Mi vida, a partir de ahora, va ligada a lo que mis ojos vieron y a lo que mi persona experimentó allí. California es una cicatriz en mi vida, algo que me llena de orgullo.
Después de un largo viaje nuestros cuerpos llegaron a la tierra prometida. Al igual que aquél que antaño soñó con hacerse rico buscando oro, nosotros llegamos a la primera gran parada:
San Francisco. Sólo con escribir este nombre se me pone la piel de gallina. Y más recordando ese momento en el que
Scott McKenzie cantaba en el coche la canción que John Phillips, de
The Mamas & The Papas dedicó a la ciudad... Realmente la mejor bienvenida que podíamos tener. Pero era tarde, el estómago apretaba y las piernas estaban cansadas, así que lo mejor era descansar para afrontar el día de mañana tal como merecía.

Los amaneceres en San Francisco están presididos por la niebla, túrbia como la que más y que ese día en particular no permitía ver a más de dos calles de distancia, las justas para llegar al
Fisherman's Warf y desayunar en un establecimiento de la famosa cadena Johnny Rockets. Algo típicamente americano para empezar a deleitarnos con la ciudad. Después de dar un paseo por el muelle, fantasmagórico gracias a la niebla, nuestro destino fue
Chinatown. Ahí sí empezaban a haber las calles empinadas que esperábamos... y chinos, muchos chinos. Y chinos ancianos, así que dejémos las leyendas urbanas a un lado. La impresión es estar en la mismísima China, donde los comercios se llevan todo el protagonismo. Las calles nos llevan, paseando, al centro financero, presidido por la calle Market y que nos lleva directo a la calle
The Embarcadero. Aquí es donde Manel recuerda haber jugado al
Grand Theft Auto y haber conducido por este lugar... Llegamos a la estación central de ferris y tenemos una primera visión del
Bay Bridge, uno de los dos grandes puentes que presiden la ciudad. Es hermoso, pero es normal que carezca de interés si el otro puente es el
Golden Gate Bridge.

Nos dirigimos al
Pier 39, donde se encuentran las famosas focas que, por cierto, están todas amontonadas y expuestas como si se tratase de una atracción turística. Bueno, de hecho son una atracción turística... Pero lo que nos interesa aquí es la primera visión de la
Isla de Alcatraz y del
Golden Gate Bridge, en el contexto de tiendas, tiendas y más tiendas. Es un muelle dedicado al consumo, pero es agradable pasear por él mientras buscamos algún que otro souvenir. Y todo después de comer en el
Hard Rock Cafe de San Francisco. ¿Adivináis el qué? Sí, sí,
american burger. Así que
tripa contentos nos dirigimos hacia
Haight-Ashbury, la primera parada realmente mítica para el fanático que escribe estas líneas. Las casas victorianas sirven para que uno se dé cuenta de que está a punto de pisar uno de los lugares más importantes si hablamos en términos musicales. Allí nació el
San Francisco Sound. Allí nació el movimiento hippie y allí estaba yo, contemplando la encrucijada de Haight St. con Ashbury St. Pero las sensaciones que allí tuve serán objeto de otro post. Ahora lo que toca es pedir disculpas al siempre atento Àlex, pues reconozco que me puse muy pesado para que la foto quedase bien, así que gracias. Pero es que era
Haight-Ashbury... Àlex, lo que debe quedarte es que te elegí a ti para que me hicieras las fotos porque sabes que eres el único capacitado para hacerlo. Miqui le pone voluntad, sí, pero no nos engañemos... jeje.

Y sin tiempo para visitar la Amoeba ni la casa de los Grateful Dead, así como la de Jefferson Airplane y Janis Joplin, enfilamos las empinadas calles para visionar el
Golden Gate Bridge de noche. Es realmente emocionante cruzarlo mientras se deja el Pacífico a los pies. Eso sí, yo pensaba que estaría más iluminado, pues es uno de los iconos de la ciudad. Por otro lado pienso que ya está bien como está, cumpliendo las nuevas normativas sobre la contaminación lumínica que empezarán a implementarse en breve. En todo caso contemplar el icono desde el otro lado de la bahía es algo bello. Y con él San Francisco iluminada.

Y siguiendo las consignas de nuestro cuerpo nos dejamos llevar, durante la noche, por las delicatesens del alcohol, con protagonismo de, como no, mi fiel amigo Jack.