

En un arrebato de locura fui a Londres, sin entrada, en busca de la posibilidad de ver a Pink Floyd. Fue un viaje de ida el sábado y de vuelta el domingo, y ha resultado ser un éxito. Ahora puedo morir en paz.
La llegada a Londres coincidió con una llamada de una de nuestras madres. Nos dijo que el Live 8 ya había empezado, con Paul McCartney. Andamos hacia el Hyde Park con los nervios a flor de piel sin saber qué nos encontraríamos. Una vez allí recuerdo que me excité mucho en primera instancia, pero que luego me puse triste porque vi que no podría entrar… pero vamos por partes.
Nada más llegar vimos a unas personas que se colaban dentro por debajo de una verja opaca. Manel y Josep no se lo pensaron y se colaron también, detrás fuimos Josuè y yo, pero éste desistió diciendo “¡los han pillado!”, así que nos quedamos fuera. Vimos como los de seguridad agarraban a Manel y Josep y se los llevaban. Luego la zona se llenó de polis y la gente empezó a chillar y a pegar las verjas para que les dejaran entrar. Fuimos, Josuè y yo, en busca de la entrada principal y topamos con un cordón de seguridad increíble, así que nos quedamos delante de una verja que no era opaca. En ese instante me llamó Manel y lo localicé justo a la entrada. Para que os hagáis una idea, había un primer perímetro de seguridad y luego otro que sí delimitaba la zona del concierto. Josep y Manel saltaron el primero, pero se quedaron a las puertas del segundo y definitivo.
Una vez localizamos a nuestros amigos fuimos a dar una vuelta alrededor del perímetro de seguridad para mirar posibles entradas, pero no vimos nada y, lo que vimos, estaba vigilado, muy vigilado, así que decidimos volver delante de la valla donde podíamos ver a nuestros compañeros y escuchar la música. Así estuvimos unas horas, no recuerdo cuantas. Y llegó el momento: miré a los lados y no vigilaba nadie, miré delante y dentro: tampoco vigilaba nadie. Así que ante del asombro de todos empecé a escalar y salté la verja. Algo dentro de mi me impulsó a hacerlo, me dijo que no era justo quedarme ahí fuera… una vez en el suelo anduve de forma natural por si me veían pero no fué así y seguí andando hasta Josep y Manel. La gente de detrás de la verja estaba callada, respetando el silencio para no alertar a los guardas: eso es solidaridad. ¡Al girar la cabeza vi que mi amigo también había saltado! Habíamos superado el primer obstáculo, pero ahora llegaba lo más difícil. Cuando llamamos a Manel y Josep y nos vieron alucinaron. Pocas personas se colaron, y nosotros éramos unas de ellas. Yo estaba excitadísimo, como el resto de mis amigos. Llegamos a la entrada pero no nos dejaron entrar. Había unos seguratas que sí que querían dejarnos, pero había otros que no. Entre los partidarios del si había un español. Éramos veinte personas pidiendo a súplicas que nos dejaran entrar, pero no hubo forma. Es más, dentro de unos minutos nos empezaron a hechar hacia atrás verbalmente y con mala leche y empezaron a poner verjas entre nosotros y la entrada. Ahí vi cláramente que no nos dejarían pasar. Empezamos a abuchear a los de seguridad y a insultarlos, eran cosas que dijimos desde dentro y en caliente, cosas que gracias al idioma no lograron entender.
Súbitamente se me acercó Manel y me proporcionó una entrada que había pedido a unos que salieron del concierto. Él tenía otra. Las entradas constaban de dos partes, pero sólo eran válidas si no estaban cortadas, y en nuestro caso sí lo estaban. Fuimos primero con unos seguratas que se dieron cuenta del timo, pero luego fuimos hacia una chica que no, y conseguimos así entrar! Mientras andaba hacia dentro me giré y vi a Josuè y Josep en la valla. Les grité pero no me escucharon, y supuse que después del concierto estarían por ahí para encontrarnos. Deseé también que lograsen entrar y, triste por ellos pero alegre por mi entré en el concierto con Manel. Debían ser las 18h y estaba actuando UB40. Mi visión de aquello quedará gravada para siempre en mi: miles de personas en hermandad, sentadas o de pie, comiendo, bebiendo, hablando, disfrutando de la música y basura, mucha basura. Parecía Woodstock. Había varias pantallas gigantes que permitían seguir el espectáculo, ya que ver en el escenario a los músicos era casi imposible por el gran volumen de gente que había y la distancia que separaba al resto del escenario. Parecía cerca, pero no lo estaba.
Cuando nos hubimos ubicado yo intentaba asimilar lo que iba a presenciar, pero no podía. Manel y yo, con nuestras camisetas de Pink Floyd llamamos la atención, y más de uno nos preguntó si las habíamos comprado ese mismo día. A uno de ellos le dijimos que veníamos desde España expresamente para ver a Pink Floyd y que nos habíamos colado y alucinaron. ¡Incluso nos hicieron fotos a los dos juntos! Disfrutamos (o no) de las actuaciones, especialmente con The Who, con los que quedé realmente impresionado. Antes tocaron Sting y Madonna, entre otros.
EL MOMENTO HABÍA LLEGADO. Empezamos a chillar y la gente alucinaba, se notaba lo que habíamos venido a ver. Cuando el pulso del Dark Side empezó a sonar me quedé pasmado, sin asimilar aún – ni ahora—lo que íba a ver. En las pantallas pasaban un encefalograma que íba marcando el pulso… ¡Pink Floyd! ¡Eran ellos! Todos los grupos fueron presentados menos ellos… no la necesitaron, son diferentes, son, sencillamente, la mejor banda que ha pisado la tierra. Cuando escuché por primera vez la voz de Dave me inundó una alegría indescriptible, ya que por fin había cumplido el sueño de mi vida.


Un “Thank You Very Much, good night” hizo quedar a Gilmour como lo que es, un señor, y el abrazo final hizo quedar a Pink Floyd como lo que es, algo a aparte de la música. Esa imagen de los cuatro juntos después de 24 años es la imagen de la noche, lo que pasará a la posteridad.

Gracias, Pink Floyd
Shine On!